martes, 1 de diciembre de 2015

Victor Frankenstein, trasformando el dolor de la condición humana en una ruidosa fábula narcisista.

Victor Frankenstein, trasformando el dolor de la condición humana en una ruidosa fábula narcisista.


Pisotea la fuente original a lo Hollywood, aunque resulta visceralmente atractiva.

(Alerta de unos cuantos e inofensivos spoilers)

Hollywood tiene un molesto hábito estomacal. A lo Readers’ Digest. No se contenta con machacar con sus torpes dientes ideológicos toda tradición literaria, artística, científica o filosófica para darnos productos que requieren el mínimo esfuerzo por parte del público, sino que además se empeña en digerirnos las ideas: separar y seleccionar los elementos que les parecen útiles para darle al consumidor de cine una papilla insulsa que sólo puede entretener el hambre, pero nunca satisfacerla; y además, sabe horrible, pero por algo la gente sigue yendo a McDonald’s. El caso de la película Victor Frankenstein, claro, no es la excepción. Sin embargo, también sabemos que esperar algo más de la meca de la chatarra cinematográfica no es sabio, aunque muy de vez en vez nos presente alguna propuesta medianamente diferente.


   Variadas adaptaciones de la legendaria obra de Mary Shelley, Frankenstein, ya se han hecho, y de todo tipo, desde las que han buscado la fidelidad (como la somnífera Frankenstein de 1994, de Kenneth Branagh, la cual es sostenida casi por completo por la conmovedora interpretación de Robert DeNiro en el papel del monstruo), hasta aquéllas que han enriquecido de alguna manera la horrorosa creación, como la clásica obra de culto Flesh for Frankenstein (1974), de los excelentes Paul Morrisey y Antonio Margheriti, producida por el polémico ¿artista? Andy Warhol, la cual nos da una perspectiva más sugerente, pero también más ruidosa, grotesca, sexual y con muy adecuados momentos cliché, seguramente aportación de Warhol, no sólo de los personajes y los eventos, completamente renovados, sino de los símbolos más elementales de la vida y la muerte, el deseo bipolar, la crueldad animal sublimada y la ausencia de cualquier dios.

De no haber sido por DeNiro, quien en cambio         
tiene la capacidad de provocarnos la mayor             
lástima y hasta de identificarnos con él, la                
ausencia de tensión en la película nos habría          
dejado completamente dormidos.                             
Fotograma de Frankenstein, de Kenneth Branagh.  
                                  


La magnífica creación de Paul Morrisey
tampoco se enfoca en el monstruo creado
por Frankenstein, sino en los monstruos
humanos y las relaciones perversas tejidas
entre todos ellos, dejando al espectador en
una sensación de claustrofobia y abandono
ante el miedo mismo y la única salida
aparente: la depredación y el poder sexuales.
Cartel diseñado por Andy Warhol para The
Criterion Collection,



      ¿Entonces, quién sostiene la historia? El forcejeo se resuelve en la aplicación de una fórmula que ha resultado ser bastante efectiva en Hollywood, la cual deviene en una fábula más con suficiente acción para tener a los espectadores en sus bancas, haciéndonos sentir algo de compasión cursi por las pobres pobres personitas que enfrentan el abandono, la soledad y monstruos, monstruos feos y grandes. 

     La fórmula a la que nos referimos básicamente se resume en la presentación de un niño adulto que funge como “héroe”, egoísta, narcisista y de dudosa moral, cuya personalidad se explica porque el pobre nunca fue comprendido y aceptado por su padre y por una poco original tragedia de su pasado. Este héroe escandaloso “adopta” a alguien lo suficientemente noble como para ser el contrapeso de su “oscuridad”, el amigo que le trae algo de luz a su vida: Igor. Las consecuencias de esta configuración son: protagonista solitario y perdido, pero redimido por la humanidad moral de su sidekick, quien en muchos momentos lo supera en todo menos en la temeridad implacable y repetidas veces (demasiado repetidas) idiota, lo que hace que Victor se meta en problemas una y otra vez, pero siempre sea salvado por su amigo, consejero y ayudante Igor.

     
Victor Frankenstein, en cambio, nos dibuja un personaje bidimensional completamente ajeno al oscuro y reconcentrado protagonista de la famosa novela, tomando un brutal atajo en la construcción de su psicología al reducirlo a un niño malcriado con sentimientos de culpa. Pero ése no es el único problema, pues en términos dramáticos, el personaje de Igor Straussman, co-protagonista, termina apelando más a nuestro interés que el mismo Victor, aun a pesar de la bastante plana interpretación de Daniel Radcliffe. Y peor, este mismo Igor, aquí tierno y bondadoso, pierde muchísima profundidad casi desde el principio de la película, inmediatamente después de su presentación en la emocionante primera secuencia: resulta que no era un jorobado, sino que tenía una bolda de agua en la espalda y mala postura, y en lugar del aberrante y siniestro ayudante de Frankenstein que tanto abona a la oscuridad de la historia, nos encontramos con una "versión" guapa y ética (¡Ah, un Igor ético, calamidad!) del mismo, aunque definitivamente con más protagonismo. En cuanto a James McAvoy (Victor), que es innegablemente un actor con facultades, el guión lo obliga a hacer una pantomima de sí mismo para sostener el personaje, pero su vano intento de pintarnos un “científico loco” termina diluido en una patética historia personal "que lo hizo quien es", etc.
     
     El resultado final de esta fórmula: oh sorpresa, Victor, con ayuda de Igor, encuentra al verdadero héroe que habita en su interior y salva el día, para después volver a su solitaria y egoísta necedad, pero claro, sin perder su negro carisma que tanto hizo reír al público en la sala, mientras que el ayudante logra la oportunidad de tener una vida normalita y feliz, al menos hasta la secuela, si la llega a haber (“Dejamos el final dispuesto para una continuación, vemos cuántos dólares sacamos, checamos la viralidad en Internet y de ahí decidimos”, parecen decirnos). ¿Alguien aparte de mí pensó en las dos últimas películas de Sherlock Holmes, o en ciertas películas de un superhéroe vestido de hierro que vive para demostrar el tamaño de su virilidad?

¡Hey, carteles publicitarios raramente
parecidos! ¿O me lo estoy imaginando?
Cartel publicitario de Sherlock Holmes, 2009

Pero no todo está perdido pues, como dijimos al principio, cuesta creer que alguien vaya en serio al cine esperando una obra de profundidad existencialista sobre el abandono del ser humano en el mundo. Además, Paul McGuigan no es tan mal director, en definitiva tiene sus recursos, como pudimos ver en algunos momentos de la entretenida Lucky Number Slevin (2006) o la floja The Acid House (1998), la cual cumplió con adaptar a Irvine Welsh pero que se quedó muy lejos de la iconicidad lograda por Trainspotting (1996). 
   
   En general, la película cumple con su objetivo hollywoodesco: nos dispara varias secuencias de acción aceptables, a veces incluso hasta emocionantes (buenos efectos especiales con una fotografía no mediocre y manejo de cámara pasable) con todo y los inevitables momentos en cámara lenta para degustar las sorprendentes dinámicas y perspectivas, las situaciones imposibles y los riesgos que corren los personajes. Entre estas secuencias, y si aceptamos el necesario contrato entre uno y la ficción, podemos sentirnos emocionados por el cambio que Igor experimenta para “recuperar” la humanidad que le fue negada en el circo (aunque la trasformación sea inverosímilmente inmediata: ¡sorpresa: Igor era guapo en el fondo, y sólo necesitamos como 3 minutos para descubrirlo!), divertirnos con algunas de las excentricidades de Victor construidas para meramente entretener, preguntarnos por la conclusión de la extraña pero suficientemente enternecedora amistad entre el científico loco y el dubitante pero convenientemente brillante Igor; hasta prestamos expectante y empática atención al improbable romance entre éste y la hermosa trapecista del circo, a quien siempre amó, y nos indignamos un poquitín por la aparición del improvisado villano, quien nos recuerda un mucho el argumento de moda en el cine hollywoodense: las grandes familias adineradas se devoran al hombre común (teoría de la conspiración en 3, 2, 1...). 
  
    Lo malo, como también era de esperarse, es el anticlimático final, así como el hecho de que no hubo suficiente esmero en la última escena de acción, pues el movimiento desaforado de la cámara y la lluvia torrencial nos hacen perder el hilo de lo que tanto queremos ver: precisamente monstruos y acción. Pero no teman, fans del cine palomero con finales felices, pues se evita la conclusión trágica y el vacío existencialista que, por cierto, ¡es la esencia de la novela!
  
      Calificación sobre 10: 6 (Pa' pasar un rato entretenido)

Ateo López


Corto de la peli', pa' que no les digan y mucho menos les cuenten:

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